6:30 am. Hay niebla y un frío que atraviesa los pantalones. Jason, nuestro nuevo jefe y dueño del campo, aparece como si nada con un buzo polar finito. Nosotros con doble capa de ropa y aún sentimos frío. Nos habla de un pájaro que no es de la zona pero que los tiene fascinados. Nosotros nos sorprendemos de que, en nuestro primer día de trabajo, nos esté contando sobre un pájaro. Acá las pequeñas cosas se celebran, pienso.
Jason se mueve relajado, tranquilo, alegre. Muy distinto a la gente con la que habíamos trabajado en Perth. A nosotros nos cuesta bajar los cambios y entrar en su ritmo.
Apenas le entiendo la mitad de lo que dice. El inglés australiano que había visto en reels como una exageración, no era exageración. Entre risas y palabras sueltas, nos muestra unos mapas de los campos y nos pide que lo sigamos. Nos quiere explicar dónde empieza y dónde termina cada campo. Digo "quiere" porque recién al mes entendimos esos mapas. Bendito sea Google Maps.
Nos lleva al primer grupo de piedras. Nuestro trabajo se llama “Rock picking”. En criollo: levantar piedras.
—Sí, como los presos —diría mi mamá.
Pero con una camioneta que me hace sentir cowgirl, mates, musiquita y comida casera.
Objetivo: levantar piedras en 27 campos.
Tiempo: dos semanas.
—Good luck —dice Jason con cara seria antes de irse— like the movie.
Habla de Búsqueda impecable. Se caga de risa.
¿Será tan sencillo este trabajo? Prefiero levantar piedras que limpiar hornos o baños. ¿Será tan fácil? ¿Será siempre así? ¿Lo estaremos haciendo bien? ¿Vamos muy rápido, muy lento? ¿Hay que levantar todas las piedras? ¿De qué tamaño? ¿Nos tomamos un break? ¿Nos estarán viendo desde la casa?
Comamos algo, dale, que se está lloviendo todo.
Después de un rato, empezamos a improvisar técnicas: uno se sube a la chata, el otro maneja.
—Piedra.
—¡Piedra libre para la piedra! —cosas con las que uno se divierte después de seis horas levantando piedras.
—Pará, pará.
—Listo, arrancá.
Dos golpes en el techo: frena la camioneta y baja a buscar piedras solo el que está arriba de la caja.
Tres golpes: hay más piedras, tenemos que bajar los dos.
Dos golpes después de juntar: listo para seguir.
Y así, rotando.
Empiezo a entender y respetar a los basureros del conurbano bonaerense, que suben y bajan de los camiones a toda velocidad levantando las bolsas de cada casa.
El primer día parece eterno. Después de ocho horas, solo habíamos hecho la mitad del primer campo.
Entonces llega Jason y nos aclara como un faro: solo hay que levantar las piedras grandes.
Más adelante sabremos que las chicas no afectan las máquinas. Solo hay que sacar las que pueden romper un tractor. Levantamos las piedras porque el terreno tiene que estar listo para la temporada de siembra y cosecha.
Con esta información, el trabajo cambia completamente. Bajamos el ritmo, miramos alrededor. Terminamos el día con un atardecer brutal. Y sin apuro.
Con los días, entendemos a Jason. Trabajamos diez horas solos en el medio del campo. Y un pájaro que se acerca mientras almorzamos en la camioneta se vuelve una visita importante.
Me encanta ver las sombras de las nubes viajando sobre el pasto. El sol marcando pedacitos de terreno. Casi todos los días llueve y luego sale el sol. Después el arcoiris. Lo que moja las botas a la mañana, se seca a la tarde.
Los campos acá no son como los de Buenos Aires que conocía: estos tienen subidas, bajadas, piedras, bosques. Nos perdemos todo el tiempo.
—¿Pasamos por acá?
—¿O era allá?
Las líneas de siembra no son rectas: se curvan, se cruzan, se escapan.
Somos cuatro: estamos con dos amigos que conocimos en Perth y se convierten en familia. Estar con ellos hace todo aún más divertido.
Nos dividimos en camionetas.
Al principio era un caos:
—¿De este árbol para allá o para acá?
—¿Qué árbol?
—El grande.
—¿Cuál de todos?
Nos comunicamos por radio como si estuviéramos en una misión secreta.
Hablar inglés australiano ya era difícil. Sumale hablar por teléfono desde el campo para decirle a Jason que la camioneta hace un ruido raro.
¿Cómo se dice rueda? ¿Freno?
Intento explicarle por teléfono entre ruidos y palabras en español. Jason, con paciencia infinita, nos manda a buscar el tractor azul.
Le digo que sí... pero no tengo idea dónde está.
Lo encontramos.
—¿Están haciendo músculo? —se ríe.
—Are you living the dream? —nos dice siempre, tentado.
Jason siempre quiere charlar. Hace chistes sobre músculos, piedras, sexo, el clima. Nosotros nos reímos entendiendo la mitad.
La camioneta estaba bien. Seguimos.
Un día Jason prueba mate. No toca la bombilla, no la revuelve. Sigue instrucciones como ningún otro extranjero antes.
—¿Te gusta? —le pregunto.
—Es diferente —me dice.
Siempre que ofrezco mate siento que regalo un pedacito de casa. La verdad es que tengo una obsesión con ofrecer mate a las personas que voy conociendo en el viaje y me caen bien. Con el tiempo en viaje esta obsesión va a ir desapareciendo, aunque está ahí latente cuando aparece alguien interesante en el camino.
Día 6
El cuerpo empieza a pasar factura.
Por suerte llueve todo el día.
—Go home —nos dice Jason—. Descansen.
Aprendo que “chubascos” es “showers” y que “sticky” va a ser la palabra más usada para describir el barro.
Vamos al pueblo: seis cuadras, casas bajas, una escuela, un bar que funciona como restaurante que funciona como hotel que funciona como club del pueblo. Ahí están todos los borrachines del pueblo y dos argentinos atendiendo.
¿Qué probabilidades había?
No sé, pero siempre pasa. Estamos en todos lados.
Una tarde llueve, sale el sol, y aparecen dos arcoíris juntos.
Los días siempre terminan igual: atardeceres rosas, morados, celestes, canguros saltando.
Día 19
Las dos semanas se estiraron a un mes. Después a dos.
Acá mandan el clima y la cosecha.
Los trabajos aparecen de boca en boca.
Estamos sembrando paciencia.
Aprendo a partir piedras con masa. Existen técnicas para no romperte.
Aprendo también que mi cuerpo puede más de lo que yo pensaba.
Una noche, en el bar, dos uruguayos nos hablan en español.
Ya no me sorprende. En un pueblo de 300 habitantes, no solo somos los argentinos, los latinos estamos en todas partes.
Agus perfecciona su técnica: apilar piedras para hacer menos viajes, simulando de nuevo a los basureros juntando las bolsas en las esquinas de los barrios.
Día 30
Ya no inventamos nuevas tácticas.
Levantamos piedras, manejamos, tomamos mate, escuchamos podcasts, miramos pájaros, saludamos canguros.
Volvemos a casa.
Nos sacamos las botas afuera.
Ducha, comida, cama.
4:30 am. La nariz afuera de las frazadas, congelada.
Me levanto igual.
Prendo el mini caloventor que no nos animamos a dejar prendido toda la noche. El precio por el que lo compramos amerita que no confiemos demasiado en su autonomía eléctrica.
Me visto rápido. Preparo el mate.
Armamos los tuppers, los cuatro termos con agua caliente y las botellas de agua. Listos para otro día en el mejor trabajo que nunca pensé que iba a tener y me iba a gustar.
Esta experiencia fue entre junio y agosto de 2023. Siempre que volvemos a hablar con nuestros amigos de esta estadía en el campo, la recordamos con mucho entusiasmo. Los cuatro pasamos por distintos tipos de trabajo, ciudades y pueblos en Australia, pero coincidimos en que esa temporada en Nyabing, al sudoeste del país, fue una de las más lindas.
La recordamos como una especie de retiro espiritual: un trabajo duro que, sin embargo, se sentía como hacer deporte y, al mismo tiempo, estar en contacto directo con los cambios impredecibles de la naturaleza.
En lo personal, me hizo preguntarme cómo sería vivir de manera permanente en un pueblo tan chiquito. No me termina de convencer por la parte social y por las pocas actividades disponibles para el tiempo libre, pero igual me llevo estas preguntas:
¿Se puede vivir de manera más lenta en una ciudad? ¿Se puede trabajar con otros ritmos aunque no sea en el medio del campo?
¿Podría cambiar las actividades que me ofrece una ciudad por vivir en el campo?
Y vos, ¿alguna vez encontraste belleza en un lugar inesperado?
Si llegaste leyendo hasta acá, ¡gracias!
Ana.
Me encanta leerte. Me trae muchos recuerdos y como los describís me hace sentir que también estuve ahí. Sos muy genia. Disfrute de Australia por los que ya no estamos 🫶😂
Muy lindo Ani! Hermoso relato que sin duda transporta al lugar, en una mezcla de sensaciones; por un lado lo que fue un espacio de aprendizaje libre que los enriqueció, y en otro sentido la nostalgia de saber que es muy probable que no vuelvan a estar allí.